se perfila
y arrecia
la médula
malherida
a la intemperie,
sin palio

hasta que el llanto
nos cubre
con su vellocino de lágrimas
(tupidomantonarcotizante)

horas después gorjea un pájaro
que,
desde su cornisa,
desafía al abismo
de mi amanecer flemático

cuando todo se precipita
en turbiamalgama
hacia el mismo sumidero oxidado
de la vigilia,
salvo esta imagen vívida
que rescato:

liebre atada, moribunda, violácea, arquetípica
que los cautivadores han extraido de un saco
y me exhiben en semicírculo triunfante
de dentaduras amarillas

y

muy lejos,
mucho atrás

me interpela
un anuncio de cognac:

¿cuál es tu conejo salvaje?