Verborrea: enfermedad venérea
Saltándome el lirismo a la torera,
qué tal si dijera:
"Eres sólo un pre-texto post-coital
que me escuece al orinar".
Pongamos en contexto tanta vulgaridad.
Marte está a punto de rozar por tránsito a mi Venus natal
y en mi habitación decenas de cordeles rojos conjuran un deseo carnal.
La tarde es de invierno.
Un camarero con bigote y delantal
apura pausa y cigarrillo en la calle del León.
Al año le quedan dos días
y algunos quieren lavar todos sus trapos sucios
en la tintorería Saigón.
Te cruzas en mi camino
y te haces pasar por valiente (no pasas de ligón).
¿Por qué yo?
¿El panetonne colgado del brazo?
¿El chaquetón rojo, acaso?
¿La caperuza colegial?
Mis botas de cowboy, ya...
Me sonrojas (si te esfuerzas igual hasta me mojas).
Graba mi número, y venga, sí, pronto unas copas.
Hay huelga de recogida de basuras
y encuentro unas Marilyn Monroes repetidas,
pisoteadas en el suelo (mal agüero).
Con todo, vamos a vernos.
Quedamos en el Apple store de sol
(enclave del deseo post-moderno).
Ni nos deseamos feliz año nuevo.
No me gustan los bares irlandeses
pero hago de tripas corazón.
Marchando un Cutty Sark con hielo (para mí)
y una pinta de cerveza negra (para el caballero).
Me ofrecen que te compre una rosa ambulante
(mi whisky ha invertido los roles de género).
Me fijo en tus manos pequeñas
y tu mala postura.
No me pones apenas.
El alcohol empieza a hacerme efecto, habría que cenar.
Yo no tengo cash; tú ni hambre, ni ánimo de invitar:
buscamos un cajero.
Para cuando me lleno la boca de cacahuetes salados
llega el primer beso.
Casi no lo recuerdo.
En la calle me pongo mimosa (es sólo la mezcla de malta y cebada).
Especulamos sobre la teletransportación (a tu casa).
Vas a quedarte con las ganas, pero no lo digo.
No te das por vencido.
Encuentras un bar aún peor que los dos anteriores.
Te da igual que te hable de desarraigo
entre trago y trago de Duvel.
Ven, me dices, para que me calle.
Me apartas un poco la blusa
y me rozas un hueso. Me gusta.
Caigo en un abismo embriagado de bocas,
alientos
y mechones de pelo
(mío, el tuyo lo estás perdiendo).
En pleno caldeamiento
tengo que reprimirme
para no decirte:
No te enteras, hoy no me llevas a la cama.
Mi taxi deja atrás tu estampa de desconcierto,
clavada en la madrugada.
Al día siguiente: resaca.
Y mis cordeles rojos, cada vez más lujuriosos
(estoy desatada).
Apple store de nuevo
(esta vez creo que sí morderé la manzana).
Si cierro los ojos hasta diría
que puedes ser un lobo bueno
por ese beso de bienvenida
(al infierno).
Café con ventanal, luz de farolas,
transeúntes para rellenar.
El chocolate tiene grumos y posos.
Imito tus poses, para coquetear.
–No me mires así en un lugar público.
–Pues vámonos a uno privado pero ya.
Abandono la ascesis y accedo
(ya queda menos para que nos desnudemos).
Es la noche del día de Reyes,
ideal para una epifanía corporal.
Sácame jugo pero ni se te ocurra tratarme
como a un juguete sexual.
El nombre de tu calle es de risa.
¿Así que aquí es a donde traes
a las mujeres de tu lista?
Se me antoja ser la número 52.
A tus sábanas les falta suavizante.
A nuestra piel no.
Recuérdame que no confunda caricias con amor.
Venga, acoplémonos.
–No sé a ti, a mí no me pasa a menudo, tener sexo tan bueno
(estarás mintiendo).
–Calla y sigue, a mí menos
(yo lo digo en serio).
No habrá quien duerma, con tanta excitación.
Y así es, no pego ojo, pego la oreja.
A ver si me va a gustar tu voz...
Háblame, de lo que sea,
ponte en plan locutor.
Hacemos tiempo hasta el amanecer
y después lo volvemos a hacer.
Por la mañana te comes solo
el único pedazo de roscón
mientras yo estoy en la ducha.
Cato la nata en tus labios al despedirme
con milipico besos
y algo parecido a la pasión.
Pero una vez en la calle
no me giro a comprobar que no estás
diciéndome adiós desde el ventanal.
La siguiente hacemos alarde de imaginación.
Cabalgamos hasta Montana.
Cruje la diligencia de un western
que inventamos sobre la marcha,
aúllan los coyotes
y aúllo yo.
Recuérdame que no confunda americanadas con amor.
Puede que ya sea tarde, ¿empiezas a interesarme?
Lo peor es que no encuentro ninguna buena razón.
Horóscopos y otros oráculos echan más leña al fuego.
Tú ni siquiera preguntas
qué día he nacido yo.
Adivino que el único riesgo
que estarías dispuesto a correr
con nuestro encuentro
es correrte sin condón.
Abrazados y saciados
tanteamos nuestros niveles culturales
y sobresalgo yo.
No conoces a Sam Shepard,
ni a Mark Lanegan,
ni a ningún otro auténtico seductor.
La tercera noche,
desquitándote,
invocas a Leonard Cohen.
Ya puedes tener la entrada de un recital enmarcada,
del misterio frágil y el poderoso temblor de mujeres como yo
apuesto a que no sabes nada.
Me parece que me lees el pensamiento
y yo te lo leo a ti:
"No irá a tocarme las pelotas esta menesterosa solitaria".
Con cada gesto y cada detalle
que no tienes conmigo
me recuerdas que tú no confundes
amor y erotismo,
y menos cuando lo que te pone
es que sigamos siendo dos desconocidos.
–Si yo sólo busco amor sin causa y tú sólo sexo casual, ¿para qué nos habremos encontrado?
–Muñeca, te tengo por alguien inteligente, para qué va a ser, para follar un rato.
Tranquilo, yo me libero.
Viendo que no traspasaremos
el perímetro de tu cama,
cierro el círculo vicioso
(contigo dentro).
La última noche fue la cuarta.
resonancia: