n a d a q u e s a l v a r
Espío al luthier
desde la acera
en el preciso momento
en que ajusta con esmero
el alma a un violín,
y la mía, y la tarde,
penden por un instante
de ese gesto certero.
Sólo después, la tarde y yo
nos decantamos juntas
calle del Río abajo
hasta desembocar con Gran Vía
en la Plaza,
estuario vespertino sin mar,
donde ella se despide
cubriendo el alto edificio inerte,
como trasatlántico encallado,
con un velo rosa.
Otro día más se esfuma entero
al traspasar su tamiz.
n a d a q u e s a l v a r
Pestañean y se encienden las farolas.
La noche no tardará en enseñorearse.
Que alguien me tire del abrigo.
O del pelo.
O de mi nombre.
(que me ajusten el alma antes de que todo se desmorone
sé que es mucho pedir).